Ponencia de José Valdecasas en las V Jornadas Nogracias
Antes de nada, manifestar mi más sincero agradecimiento a No Gracias y a Abel Novoa por ofrecerme la oportunidad de estar hoy aquí. Para mí, No Gracias marcó un cierto antes y después en mi forma de pensar y practicar la medicina y desde luego es un honor poder formar parte de este movimiento. Como casi siempre, he preparado este trabajo junto a mi compañera Amaia Vispe, por lo que usaré con frecuencia el plural. Vamos a llevar a cabo una cierta crítica de la psiquiatría actual, a partir de un intento de análisis de la relación entre nuestra cultura occidental y dicha psiquiatría, como institución y disciplina.
Nuestra poco original tesis es que existe una suerte de retroalimentación entre la psiquiatría actual, como conjunto de teorías y prácticas, y el sistema sociocultural en que vivimos, y que ambos se influyen mutuamente de manera estrecha.
Cuando nos referimos a la “psiquiatría actual”, hablamos del paradigma “biológico” dominante, que se suele centrar en un enfoque exclusivamente neuroquímico en nuestra opinión demasiado simple para la complejidad que posee el cerebro humano: básicamente, trastornos explicados en base a neurotransmisores cuya cantidad aumenta o disminuye. Junto a este enfoque “biologicista” perduran aún otros que han sido preponderantes en distintos momentos, como por ejemplo el psicoanálisis en las décadas intermedias del siglo XX.
La psiquiatría ya desde dicho momento se fue estableciendo como un elemento más de la cultura popular. Como decía en un episodio de la genial “Mad Men” Roger Sterling a Don Draper, ante el hecho de que las mujeres de ambos estuvieran yendo al psicoanalista: “la psiquiatría es el regalo de estas navidades…”.
Corrían los primeros 60 y ya desde esa época podemos rastrear una cierta característica con la que la psiquiatría llega al espacio sociocultural: la sospecha, el misterio, la búsqueda de lo oculto a simple vista, lo que se encuentra en las profundidades…
Con un estilo a lo Sherlock Holmes (y similar querencia por las drogas), el pensamiento psiquiátrico juega a localizar significados ocultos, neurosis clandestinas, enfermedades sin tratar… Y lo que en esos tiempos ya lejanos del psicoanálisis es más una búsqueda de deseos, perversiones inconfesables o pecados de distinta índole, se va convirtiendo a lo largo de los años 80 y posteriores en una búsqueda esta vez de patologías concretas, en una obsesión enfermiza por analizar cualquier malestar psíquico, emocional o moral en términos de enfermedad, de disfunción somática más o menos teorizada, de tara física a niveles ignotos (pero siempre próximos a ser descubiertos, con una proximidad que varias décadas después no ha llegado a ningún puerto).
El Sherlock Holmes psiquiátrico, encuentra ahora elemental categorizar la tristeza como depresión, la ansiedad como fobia social, la rareza como autismo, las travesuras como TDAH, la variabilidad emocional como bipolaridad y la condición de ser humano como trastorno de la personalidad, entre otras lindezas…
Esta psiquiatría contribuye a configurar una cultura donde muchos malestares explicables desde el punto de vista social, tales como la precariedad laboral, el paro de larga duración, la falta de vivienda o de los medios mínimos para subsistir con dignidad, la falta de recursos para personas dependientes o la misma soledad, son entendidos y afrontados como problemas individuales subsidiarios de tratamiento farmacológico o psicoterapéutico, sin prestar la debida atención muchas veces a los riesgos en forma de dependencias o efectos secundarios diversos.
Esta problemática es explicada exclusivamente a nivel del individuo: hipótesis nunca demostradas sobre sus excesos o déficits de neurotransmisores, o su biografía en edades tempranas, o su forma de procesar la información del entorno, o sus conductas o su dinámica familiar… Pero siempre sin levantar un ápice la mirada y plantearse (o dejar que la persona se plantee) si su situación social no será la principal causa de su malestar y cómo unas pastillas o una terapia para, en última instancia, resignarse a su destino, no harán otra cosa que impedirle intentar cambiar dicha situación social, a ser posible junto a muchas otras personas dañadas por las mismas circunstancias.
Una psiquiatría tal configura una cultura donde se rehúyen los conceptos de voluntad, responsabilidad o libertad, quedando muchas conductas consideradas problemáticas (adicciones diversas, ludopatía, tal vez incluso el maltrato físico…) como ajenas al control del sujeto, pretendidamente determinadas por sus neurotransmisores, sus conflictos intrapsíquicos o cualquier otro enfoque que deje siempre desatendido el aspecto social y la responsabilidad y el control del sujeto sobre sus propios actos y su propia vida.
Por supuesto, esta psiquiatría no nace hecha ni llega a ser como es y funcionar como funciona sin causa alguna. Hemos señalado el momento aproximado del inicio de este estado de cosas en los años 80 del siglo pasado, en clara relación temporal con la aparición del DSM-III, manual de la Asociación Americana de Psiquiatría que se convirtió en arma de la entonces incipiente psiquiatría biológica. También en estos años surgen los primeros psicofármacos de precios elevados que son propulsados a los primeros puestos en ventas y como iconos culturales, con el ejemplo paradigmático del Prozac. La industria farmacéutica, desde nuestro punto de vista, ha colaborado y sigue haciéndolo de forma clave en provocar y mantener este estado de cosas.
Distintos autores han señalado que este paradigma biológico podría considerarse más apropiadamente como “biocomercial”, dada la extraordinaria influencia que en su instauración y sobre todo mantenimiento tiene la industria farmacéutica, en busca de sus inmensos beneficios y a través de variados mecanismos. Es clara la influencia de la industria en cuanto a que es quien realiza gran parte de la investigación científica, con los más que conocidos efectos en cuanto a sesgos de publicación, manipulación de datos para favorecer determinadas conclusiones o ghostwritting. Se aprecia también esta influencia en lo referente al marketing, ya sea directo sobre los médicos prescriptores, con generosos obsequios y patrocinios para actividades solo muy relativamente científicas, o bien sobre asociaciones de enfermos y familiares, que se convierten en voceros de cada supuesta novedad terapéutica.
De todas maneras, para nada es la industria farmacéutica el único villano de esta historia. Realmente, ni siquiera el principal: la industria tiene como fin la obtención de beneficios económicos, como no podría ser de otra forma en el sistema económico en que vivimos (y que sufrimos). Otra cosa es que, en este afán de lucro, la ética brille por su ausencia. Pero aún más grave que la falta de ética de la industria farmacéutica es la connivencia de muchos profesionales sanitarios con ella. Conflictos de intereses cuya revelación nada soluciona (pues no es otra cosa que confesar el pecado sin el menor propósito de enmienda), de grandes líderes de opinión que salen en revistas científicas o incluso en medios de comunicación de masas anunciando nuevos remedios como si de feriantes se tratara, o incluso tratamientos para condiciones que en absoluto eran enfermedades hasta ese momento, como fue el caso paradigmático de la fobia social.
Conflictos de interés también del profesional de a pie, que a cambio de pequeños obsequios (no obstante, prohibidos por la Ley del Medicamento) en forma de comidas, viajes o libros se deja influir en su prescripción. Y apuntando hacia más arriba, las administraciones sanitarias públicas encargadas de velar por el adecuado funcionamiento del sistema en cuanto a aprobación de nuevos fármacos, estudio y control de los ya aprobados, etc., realizan una negligente dejación de funciones, permitiendo legislaciones que autorizan un fármaco con estudios insuficientes tanto de eficacia como de seguridad, consintiendo manga ancha a los laboratorios farmacéuticos a los que luego van a trabajar (mediante bien engrasadas puertas giratorias) muchos directivos de las mismas agencias públicas que se supone los controlan.
Todo este entramado, conocido y notorio, para nada fruto de ninguna teoría de la conspiración, ha contribuido y contribuye de forma esencial en el cambio sociocultural que venimos señalando: una sociedad donde condiciones y situaciones que antes se consideraban variantes de la normalidad, son conceptualizadas ahora como enfermedades necesitadas de tratamiento, usualmente farmacológico.
Ello provoca una desresponsabilización masiva, no solo sobre el control de las emociones consustanciales a los avatares de la vida, sino también sobre conductas voluntarias, como adicciones diversas, que escapan ya al control del sujeto, según dice el mantra psiquiátrico, y son excusadas por principio. Esta desresponsabilización se convierte en otro factor importante de mantenimiento de esta visión de la psiquiatría en nuestra cultura: podemos refugiarnos en nuestras depresiones para no actuar ante nuestros problemas; podemos exculparnos de educar deficientemente a nuestros hijos, porque su hiperactividad y distracción están en su cerebro; podemos gastarnos el dinero que no tenemos en máquinas tragaperras o casinos, porque sufrimos un déficit del control de los impulsos…
Una psiquiatría así termina por causar un daño terrible: no solo múltiples efectos secundarios causados por los fármacos psiquiátricos, especialmente si son consumidos por períodos prolongados de tiempo, sino también un cambio más global, en el sentido de ir construyendo una sociedad donde nadie es culpable de lo que hace, donde la responsabilidad se diluye en un magma de neurotransmisores, infancias traumáticas, cogniciones desordenadas y otros conceptos más o menos parecidos… Una sociedad donde se considera casi imprescindible tener que acudir a un profesional a por una pastilla o una terapia para superar el duelo por la muerte de un ser querido o el abandono por parte de la persona amada…
Foucault estudió la locura y mostró cómo, mediante ese extraño discurso psiquiátrico, se hace posible un cierto tipo de control de los individuos tanto dentro como fuera de los asilos. El dispositivo psiquiátrico tal y como existe en nuestra sociedad, se ampara en un supuesto saber, una ciencia que no deja de ser un cierto “juego de verdad” mucho más cercano a la subjetividad de las ciencias del espíritu que a la mayor objetividad (tampoco completa) de las ciencias naturales.
La psiquiatría plantea una relación entre psiquiatra y paciente que es básicamente de dos tipos: el paciente es un “loco” sobre el que se ejerce un dominio que pretende controlar su conducta (con el encierro en el asilo clásico o con el tratamiento tranquilizador dispensado en las consultas modernas), o bien el paciente es un “cuerdo” preso de ansiedades y depresiones diversas, sobre el que se ejerce un dominio diferente, buscando su consuelo, su anestesia o su resignación.
Desde nuestro punto de vista, la tecnología de poder clásica de “control del loco” que con tan gran acierto describió Foucault se ha visto en las últimas décadas acompañada de la tecnología de poder de “consuelo del triste y el ansioso”, desviando todo un caudal de malestar social a cauces de tranquilización individuales (ya sea con fármacos o psicoterapias). Desde este punto de vista, se podría considerar que el saber psiquiátrico (y el poder que conlleva) están al servicio de un sistema político y social injusto, desempeñando una función de control y anestesia del malestar, apaciguando posibles ansias emancipadoras (o revolucionarias) al situar en lo individual, donde se agota en sí mismo, el descontento originado realmente en lo social.
Partiendo de este punto de vista, planteamos la idea de que la psicoterapia sería una cierta tecnología del yo en el sentido de Foucault, por la cual el sujeto lleva a cabo toda una serie de cambios en sus pensamientos, afectos o conductas, bajo la dirección de un terapeuta. Creemos que existe en nuestra cultura la idea extendidísima y aceptada casi de forma acrítica de que “expresar / confesar / no guardarse los problemas / preocupaciones / traumas… es bueno / necesario / imprescindible… para estar bien / ser feliz / realizarse uno mismo…”.
Tal vez pueda leerse esta idea como un meme porque se transmite de persona a persona, de generación en generación, e impregna nuestras manifestaciones artísticas más diversas, en cine, literatura, televisión, etc. Si tienes un problema que te preocupa, es imprescindible o, en todo caso, muy útil, que lo hables con un psiquiatra / psicólogo / psiloquesea para desahogarte / elaborarlo / superarlo.
Nuestra hipótesis es que tal meme se origina posiblemente en los inicios del siglo XX y en relación con el extraordinario auge del psicoanálisis. El caso es que se extiende poco a poco la idea de que hay que hablar de los problemas para solucionarlos o superarlos. Nos parece que en otras culturas o en épocas previas a la nuestra, dicho meme no existía. Tal vez en la época de nuestros abuelos y bisabuelos, el meme dominante fuera algo así como “no hables de tus problemas, resígnate a ellos y sigue adelante”. Y la cuestión es que no nos parece que las personas que vivieron en esas épocas y esas culturas fueran necesariamente más desgraciados / infelices / enfermos que nosotros. De hecho, la impresión es más bien que cada vez se soporta menos cualquier dolor, frustración o malestar y enseguida necesitamos un experto que nos dé un remedio para aliviarnos, porque no somos capaces (o creemos no serlo) de salir adelante por nuestros propios medios personales y la ayuda de nuestros propios apoyos sociales.
Evidentemente, una vez instaurado el meme de que “hablar es bueno”, la gente inmersa en dicha cultura siente la necesidad de hablar y corre el riesgo de sentirse mal si no habla. Pero tal vez la eficacia de las psicoterapias tenga más que ver con la profecía autocumplida de esta idea cultural que con una realidad más o menos objetivable. Una especie de placebo para toda una cultura, por así decirlo.
Esta psiquiatrización y psicologización del malestar vital cobra especial virulencia contra las mujeres: en nuestra cultura, aún claramente machista a pesar del esfuerzo de muchos por hacer ver que el machismo está superado (lo cual es la mejor manera de asegurarse de que nunca lo llegue a estar), son las mujeres quienes con más frecuencia son catalogadas de depresivas, neuróticas, trastornos de personalidad, etc. Y ello ante dificultades vitales muy frecuentemente mayores a las de los varones: más paro, menores sueldos, mucha más carga como cuidadoras familiares, más acosos, abusos y agresiones de todo tipo, etc…
Estamos configurando un contexto donde cualquier dolor consustancial a la vida (que, a veces, duele mucho) parece requerir un profesional y un remedio, del tipo que sea. Un contexto socio-cultural marcado, en nuestra opinión, no tanto por una escasa tolerancia a la frustración, como suele decirse desde círculos profesionales ante la demanda imparable de atención psiquiátrica o psicológica, sino más bien por un engaño masivo que lleva a la gente a pensar que su malestar debe ser atendido desde un enfoque médico, con el consiguiente beneficio económico de las empresas farmacéuticas que venden sus productos y de algunos profesionales que ven acrecentado su supuesto prestigio y su importancia social.
Gentes destrozadas por una crisis económica que no han provocado pero que sufren, mientras los individuos que sí la provocaron no la sufren en absoluto, gentes que han perdido o van a perder sus empleos, sus casas, sin dinero suficiente para vivir con dignidad, sin expectativas de mejoría para ellos mismos o sus hijos… Gentes que son encaminadas a servicios de salud mental, a contar sus penas a profesionales que no pueden hacer otra cosa que intentar adormecer tanto dolor a base de medicamentos o escuchas, un adormecimiento que, aunque alivie momentáneamente, lo que provoca es que no se busque la solución donde se originó el problema: en un orden social injusto, un desigual reparto de la riqueza, una distribución surrealista de la carga impositiva…
En definitiva, en un sistema montado para que los ricos y poderosos lo sean cada vez más, mientras las clases bajas y los que se esfuerzan en creerse clase media, estemos cada vez más hundidos y más aterrados de perder lo que todavía nos queda…
En este contexto, todo ese dolor e indignación es encaminado hacia enfoques individuales que promueven la anestesia y la resignación, en vez de hacia un enfoque social, en busca de unirse a tantas personas que sufren, que sufrimos, por los mismos males y las mismas injusticias. La psiquiatría influye en la cultura colaborando a crear un dispositivo de control social y mantenimiento del orden establecido, frente al que solo cabe intentar luchar, asumir la propia responsabilidad y creer en la propia libertad, desarrollando lo que podríamos denominar, por anacrónico que suene, una auténtica conciencia de clase, que nos lleve a darnos cuenta de que no estamos solos en nuestro dolor, que somos muchos, y que tenemos un poder que ni imaginamos si nos unimos. Aunque para eso haya que salir de las consultas y marchar juntos por las calles…
Esta psiquiatría debe ser superada si queremos sostener un punto de vista emancipatorio para el individuo y para la sociedad en su conjunto: una reafirmación de la responsabilidad, sin miedo a la noción de culpa, apoyada en una libertad individual que asuma sus elecciones pero que no pierda de vista la condición del ser humano como animal social, y las repercusiones éticas que ello debería conllevar. No pretender curar lo que no es una enfermedad, sacar del ámbito médico lo que debería dirimirse en el político y no circunscribir a lo individual lo que son problemáticas sociales que solo en la sociedad y de formas colectivas podrán encontrar solución. O no, pero al menos habrá que intentarlo.
José Valdecasas es psiquiatra y licenciado en filosofía. Editor del blog «postPsiquiatría» y miembro del Consejo Asesor de NoGracias. Su ponencia está extraída en parte de un texto recientemente publicado “Despsiquiatrizar la cultura como necesidad ineludible para un cambio social emancipatorio”
Las negritas y las imágenes han sido seleccionadas por el editor de la entrada no por el autor
Está claro que el autor no tiene ni idea de que el trastorno de pánico tiene un correlato biológico en la arquitectura cerebral (amígdala) y un marcado acento genético heredable (cromosoma 17 principalmente) y que tampoco ha sufrido reiterados ataques de pánico que, sin fármacos, me hubiesen llevado a la muerte.
Tú si que tienes mucha idea.Por lo visto no tienes idea de cuando pasa lo contrario, los fármacos inducen a suicidios
En cualquier equipo psiquiàtrico tiene que haber: psiquiatra, psicòlogo/a, diplomado/a en enfermeria, trabajador/a social i auxiliares para acompañar a los domicilios.Una relación semanal como mínimo con las Areas Bàsicas de Salut, que puede hacerlo un licenciado que se dedique solo a esto y que acuda semanalmente al CSM para la distribución y estudio de casos. El equipo se encargarà de un sector de población ( alrededor de las 100.000 personas). Naturalmente su visión de lo Social es acertada, por eso es imprescindible el tecnico Social en el equipo y su relación con las Areas Sociales del Sector.Un equipo de Toxicomanias y otro de Infanto Juvenil por Sector. Un Centro de Dia por Sector, un Hospital General de Referencia, pisos tutelados i empresas donde puedan trabajar los pacientes que lo precisen.
Ingresos psiquiatricos en un Hospital General Provincial.
Llevo casi 8 años jubilado. El modelo que le hablo es el de la Provincia de Girona ( 7 sectores), que es un buen modelo aunque naturalmente muy falto de recursos. Modelo 100% público.
De la Industria, de las enfermedades que no existen, de los congresos pagados por la industria, comidas, cenas, viajes, le doy la razon, ya tambien he participado.
Ahora que hay enfermedades mentales, haylas. Ansiedades terribles (Pánico) depresiones terribles, bipolares, psicosis etc. etc. Que las diagnostiquemos bien o que demos demasiada ( o demasiada poca medicacion) que veamos enfermedades donde no las hay o que no veamos las que hay, todo esto de acuerdo, pero es un problema de los profesionales, que naturalmente estamos en la sociedad que Vd. describe.
Que los medicamentos hacen efecto, no lo dude, si bueno malo o matan no se lo discuto. Pero que el diacepan calma la ansiedad, que la anfetamina ( o metilfenidato) ayuda a concentrarse se lo puede asegurar porque las he consumido. Y si he visto manias e hipomanias (euforias terribles para el paciente) en pacientes que he prescrito antidepresivos, tengo que pensar que algo hacen en el estado de ánimo y siempre no es malo.
A «mis residentes» les desaconsejaba el DSM i les aconsejaba el Tratado de Psiquiatria de Henry Ey (franco-catalan de Banyuls dels Aspres, por cierto).
El sr. Szasz despues de negar la enfermedad mental se metió en el tema de toxicomanies que le daba más margen a teorizar. El Dr. Allen Frances, estuvo en el DSM-IV, casi todo dicho….Y si quiere ataques sin cuartel a la Psiquiatria mezclando verdades y mentiras acuda al Dr. Gotzsche. En su presentación en Barcelona no me pude aguantar y le tuve que decir que yo habia viajado por todo el mundo pagado por una empresa…..ENDESA debido a la cantidad de electrochoques que hacia, esto último es verdad.
Ha sido un placer contestarle, los jubilados necesitamos estimulos. Gracias por su articulo
¿En qué miente Gøtzsche, que me pica la curiosidad?
Uno ha visto gente que se relaja al fumarse un porro, o desinhibirse al beber alcohol. De ahí a decir que lo que ustedes hacen es ciencia, hay un trecho.
Cuánto cínico sin escrúpulos suelto. «Me paga Endesa, y a mucha honra». De juzgado de guardia.
Le dejo un enlace, campeón: http://www.ectresources.org. Ewen Cameron estaría orgulloso…
Hombre que haya picado en lo de ENDESA, es grave. Sabe la electricidad que se gasta en un electrochoque? pues debe ser menos de 1 centimo de €. Cuando digo que es verdad, es lo de hacer muchos electrochokes, pero que ENDESA pagara……, vaya veo que soy malo con las ironias.
Gotzsche miente ( y lo hago de memoria) cuando explica que los antidepresivos pueden provocar suicidios dando a entender que los psiquiatras no lo hemos sabido siempre (cuando mejora la inhibicion motriz en las grandes depresiones, pero aun no mejora el estado de animo). Que los triciclicos y los antipsicoticos pueden tener efectos cardiacos (tambien lo hemos sabido siempre). Que los ISRS son como las anfetaminas ( que hacen efecto a los 30 minutos, esta ultimas) y que es como tomar speed. Que los AD y el metilfenidato pueden causar trastorno bipolar ( pueden ponerlo de manifiesto, pero no causarlo, reacciones euforicas etc.). Que los psiquiatras somos los mejores «camellos». Que Sigmund Freud dijo que todos somos homosexuales ( y que los que pensamos que no, somos homosexuales latentes). Yo estoy de acuerdo que la mayor parte tenemos cierta bisexualidad, pero esto no es lo que dice el danés. En fin no sigo pero si sabe algo de psiquiatria lea los capitulos 17 y 18 de su obra «Los medicamentos que matan……..». Saludos
No, si le había entendido perfectamente, de ahí el enlace que usted no se ha dignado a mirar…
Son un ustedes de un arrogante que pasma. No me extraña que Gøtzsche los ponga a parir. Aunque además de él están muchos otros, como Healy, Moncrieff, Glenmullen, Breggin, Ross, etc.
Lo de que los estimulantes desenmascaran la bipolaridad subyacente es tronchante. Digno de Biederman. ¿Le conoce? Le caería bien.
Panda de sociópatas.
Yo debo ser un sociopata, seguro, y tengo más patologia psq, seguro tambien. Pero todos los ejemplos que Vd. pone de psiquiatras (Gotzsche, no lo es.) sepa que tambien sueles tener psicopatias ( no se si sabe la historia de Szasz, el que niega la locura). En fin no se si Vd. es psiquitra, seguramente psicologo es posible, ¡ que suerte ¡. No se fie de los psiquiatras como yo. Un psiquiatra de Granollers decia que los medicamentos son malos y realizaba abusos sexuales en la consulta para pasarles a las enfermas «energia positiva». Debe ser mucho mejor que el TEC. Como que mi mujer me va a sobrevivir tiene ordenes de que si caigo en depresion grave, que pida que me hagan TEC y asi lo tengo en mi testamento vital. Un placer tratar con Vd., tan sano, no sociópata, tan fino hasta en los que quieren ser (pero no son) insultos. Buena primavera (que no le altere la sangre)
Creo que las enfermedades mentales no existen ya que la ciencia no ha podido demostrar hasta el día de hoy dónde se ubica tal o cual alteración estructural o funcional en el cerebro, todas son conjeturas.
Lo que sí existen son comportamientos a veces raros, bizarros, o sufrimiento subjetivo. Pero coincido con el autor del texto, en que el sufrimiento es provocado por las condiciones de vida de modelos explotadores, inhumanos como el de mi país: Chile, donde se ha implementado desde hace 40 años un sistema neoliberal ortodoxo como en ninguna otra parte. Somos el país con más diagnóstico de depresión del mundo al igual que las tazas de suicidio juvenil.
Si las personas locas existen, lo que corresponde es que como los «cuerdos», tengan derecho a la locura. Y es responsabilidad del estado hacerse cargo de las necesidades básicas, pero especialmente de su dignidad y DDHH.
Muchas gracias a los autores por compartir sus reflexiones sobre un tema tan complejo.
Trabajo como abogado ayudando a clientes que han sido diagnosticados de una enfermedad mental. Los puntos clave de mejora de la psiquiatría, en mi opinión, están muy bien expuestos en el artículo. Desde un punto de vista legal la psiquiatría debe hacer esfuerzo por:
– Informar adecuadamente al ciudadano. Consentimiento informado clínico y terapéutico.
– Realizar planes terapéuticos controlados, a corto medio plazo y no eternos, como suele pasar.
– No recetar medicamentos off label sin anotación y justificación en historia clínica, sobre todo en niños…; medicamentos no indicados para menores o medicamentos no estudiados en determinados colectivos (Ej: autismo).
– Los internamientos involuntarios son un desastre. Los médicos forenses deben ponerse las pilas. Los jueces igualmente debieran dar la oportunidad de defensa al ciudadano internado involuntariamente por temas psiquiátricos.
– Integrar socialmente a los ciudadanos que reciben o disponen de una incapacidad. Actualmente solo se dedican a ir a por las recetas, a ciertos controles rutinarios sin interés y a no hacer nada, muchos de ellos.
– No elaborar diagnósticos sin el ciudadano/paciente.
– Establecer políticas de defensa del derecho fundamental a la salud mental.
– Estigma social del enfermo mental…
– Las anotaciones subjetivas son propiedad del paciente.
Reiterio el agradeciminto a los autores.
Francisco Almodóvar
El artículo describe de forma clara el profundo descontento de un sector de la medicina en general, y de la psiquiatría en particular. No resulta difícil estar de acuerdo con buena parte de sus conclusiones, por evidentes y obvias, que en conjunto perfilan un problema de orden mayor y de naturaleza MORAL. Efectivamente, la medicina tiene actualmente un grave dilema ÉTICO: ha dejado de estar orientada al bien de la sociedad. Ella misma se ha convertido en un problema de salud pública. Sin embargo, es curioso que el autor pretenda incluir en el mismo problemas “lo psicológico” e, indirectamente, a los psicólogos.
La psiquiatría y la psicología clínica representan realidades muy diferentes. Su historia, desarrollo, principios, estrategias, técnicas y objetivos no son en modo alguno comparables, y menos en el momento actual. Cuando el autor sugiere sustituir la orientación biológica de la psiquiatría por otra “social”, olvida el otro pilar central de la salud mental, el psicológico. El problema de la psiquiatría biológica es su modelo reduccionista inaplicable en el ámbito de lo mental. Dicho de forma más clara, la psiquiatría biológica es un modelo fracasado. Pero NO así el modelo de la psicología clínica. Si los supuestos factores biológicos asociados a los desórdenes mentales no han sido demostrados, no ocurre lo mismo con los factores psicológicos. Además, la tecnología desarrollada a partir del cuerpo teórico de la psicología experimental es de una eficacia cada vez más contrastada, y demandada por los pacientes. Es decir, la psicología clínica “come” cada vez más terreno a la psiquiatría, por la sencilla razón de que ocupa su terreno natural: el estudio y tratamiento de la MENTE. Es decir, no tiene sentido construir una salud mental considerando solo los factores sociales externos, olvidando su elemento central que no es otro que el psicológico.
El problema último que tiene la psiquiatría es que carece de espacio propio, de objeto de estudio. La neurología y la psicología experimental, con su desarrollo la psicología clínica, abarcan todo el campo de estudio e intervención. Además, los factores sociales implican una compleja realidad tan alejada de la medicina, que resulta ilusorio que la psiquiatría se proponga abarcarlos. Disciplinas como la sociología, psicología diferencial y psicología social proporcionan conocimientos y técnicas que la psicología clínica incorpora de forma natural.
En mi opinión, la psiquiatría se enfrenta a un inquietante destino: su desaparición o irrelevancia si no consigue, y pronto, una tabla de salvación. Desde la psicología, la vemos bracear (como este artículo) hundida en las arenas movedizas del biologicismo radical. Sin embargo, pienso que esa tabla de salvación no es el espejismo de “lo social”. La clave es compartir un nuevo modelo con los psicólogos clínicos. Un marco común de acción. Una forma compatible de entender el sufrimiento psíquico. Construida esa base, el MODELO, los profesionales (psiquiatras, psicólogos clínicos, trabajadores sociales,…) solo serían especialistas en el uso de una tecnología terapéutica y, sobre todo, en el arte de engarzar diferentes estrategias de intervención (incluido los psicofármacos) en perfecta comunión. Efectivamente, la tabla de salvación de la psiquiatría implica “atarse” a la psicología clínica, con la cuerda que esta le lanzará solo si aquella esta dispuesta a ser útil para la sociedad, volviendo a sus principios éticos.
Un saludo.
Agradezco todos los comentarios a nuestro trabajo. Solo quiero hacer un par de apuntes:
– Gøtzsche tiene sin duda un estilo que tiende a buscar la polémica, pero no le he leído una afirmación sobre problemas respecto a fármacos que no esté sustentada en datos.
– Sin duda, el aspecto legal va a ser muy importante en la práctica psiquiátrica en los próximos años. No tanto, creo, en cuanto a cambios legislativos como en lo referente a aplicación efectiva de leyes y normas ya existentes, sobre protección en internamientos involuntarios, prescripción fuera de indicación, autonomía del paciente, etc.
– No seré yo quien defienda el funcionamiento de la Psiquiatría actual, pero considero que la Psicología como práctica hoy en día también está aquejada de riesgos claros en cuanto a medicalización (psicologización) del malestar cotidiano y de causas sociales. Evidentemente, sus riesgos de iatrogenia son diferentes, pero también están ahí: dependencia emocional, desresponsabilización, etc. Por supuesto, es una opinión.
Un saludo.
Cierto, tu crítica sobre la práctica actual de la psicología clínica es muy acertada. Pero es interesante observar importantes diferencias respecto de la psiquiatría. Para empezar, las bases teóricas de la psicología, en especial la cognitivo-conductual, rechazan de plano este modo de actuar. Por lo tanto, es solo un problema a nivel práctico y limitado a un porcentaje de profesionales, muy influenciados por el proceso general de la medicalización. Si, la psiquiatría biocomercial también es una influencia negativa para la práctica de la psicología clínica. El caso típico es un paciente indebidamente remitido a una USM para ser medicado, y que automáticamente el psiquiatra deriva también a psicología. Este es el pan nuestro de cada día. Cuando intentas razonar con el psiquiatra, no te entiende («es que necesita ayuda»). Cada vez somos mas lo psicólogos que luchamos contra esta mala praxis, pero observo pocos movimientos en mis compañeros psiquiatras. Por ejemplo, tenéis un gravísimo problema con las benzodiacepinas y se siguen recetando a gogo, con escasa conciencia de sus efectos perniciosos (dependencia, merma cognitiva, desmotivación, y sobre todo conducta de seguridad que perpetúa el trastorno de base). En mi opinión, si queréis sobrevivir, no os queda otra que abrazar el modelo propuesto por la psicología clínica, intentando ser útil a sus tratamientos. Un saludo.
Mi hijo tiene hora 21 años y es TEA.
Con discapacidad que ha ido aumentando de media a severa.
Si quieren que les diga la verdad, yo veo y siento que es inteligente,
como dibujaba de la cabeza sus personajes, con cuanta gracia y detalle!…
Es triste la discriminación social que sigue existiendo en todas las esferas sociales,
y que al hacerse mayor se ha ido complicando con que el psiquiatra le ha recetado
neurolépticos que interiormente le han producido una escisión de su verdadera personalidad…le convierten en un ser que pierde la cabeza y no es consciente de sus actos, en momentos en que se le ha obligado a acudir a un centro inadecuado para su edad, lo cuál es muy peligroso. Solamente, bajando la dosis poco a poco está volviendo a tomar contacto consigo mismo y va reduciendo su gº de agresividad…
Mi opinión es que recetar neurilépticos a chavales autistas es muy peligroso y, todavía es peor el que arreglen los males que estos les provocan con mayores dosis hasta que convierten a tu hijo en un autómata dependiente y peligroso para él y sus seres queridos. Creo que es totalmente denunciable, estoy segura que en la trastienda habrá montones de situaciones familiares de sufrimiento y malestar causados por el uso en autistas específicamente que permanecen en el anonimato porque, se piensa que es lo correcto, lo normal, lo manda el psiquiatra…se supone que él sabe…
Pienso que es una manera como otras en el pasado para que cuando estos niños crecen, sean lo menos visibles posible, es decir, se les pueda ingresar en cualquier centro triste en el que se vayan muriendo poco a poco. La dependencia al neuroléptico es además una buena escusa para convertirlo en un ser «peligroso» que ya, «no tiene arreglo»…
Es por eso que veo como muchos padres, se pre-jubilan o, no trabajamos, porque, debemos y «queremos» ocuparnos de nuestro hijo para lograr que mientras vivamos, también él pueda vivir con mayor alegría y calidad de vida…aunque pienso que para lograr que se sienten adultos «incluídos» no existe una política social auténtica…no existen centros ideales para ellos, entre iguales, dónde puedan continuar educación o artes, practicar terapias o deportes, «entre iguales»… chicos y chicas… ellos son normales, como nosotros, neuroatipicos tal vez, algo especiales,…pero sienten y padecen como nosotros.
Hola, a propósito de los neurolépticos en autistas, nosotros en el bufete hemos ayudado a un cliente a que se reconociera por el Tribunal Superior de Justicia de Aragón que los neurolépticos no tienen evidencia científica en autistas. Si acaso, pueden estar indicados en un plan terapéutico a corto plazo, pero no a medio y largo. Sabemos de muertes provocadas por los neurolépticos (atrangantamientos, por ejemplo). También presentamos en los tribunales un trabajo de investigación «Neurolépticos en autistas» constatando la literatura científica al respecto sobre la seguridad de los neurolépticos en autistas. Conclusión: no hay indicación basada en evidencia científica..
Un saludo,
Francisco Almodóvar
Un compañero del trabajo que estaba fatal, ingresó en Tavad (https://www.tavad.com) y ha cambiado totalmente, además de estar desintoxicado, parece otra persona, con mejor carácter y más ganas de hacer cosas, se le ve con mucha más energía.