Harry Collins es un sociólogo de la ciencia que, primero desde la Universidad de Bath y ahora desde la de Cardiff, lleva toda su vida analizando los procesos de generación de conocimiento científico.

Collins ha demostrado cómo los datos científicos pueden estar sujetos a flexibilidad interpretativa y cómo el contexto social «no científico» (político, cultural, económico, académico, etc..) contribuye a cerrar controversias científicas, independientemente del valor empírico o explicativo de las líneas de investigación abandonadas. Suelen posicionarlo a Collins, incorrectamente a mi juicio, en una corriente de la sociología de la ciencia denominada relativista. 

Con su colega Trevor Pinch (de la Universidad de Cornell) ha escrito una serie de tres libros divulgativos, gozosos de leer (en la imagen el único traducido; en inglés, «The Golem at Large: What You Should Know about Technology» y «Dr. Golem: How to Think about Medicine»), donde explica los pormenores históricos que han envuelto diferentes hitos científicos. Estos textos tienen una figura mítica en común: el gólem. En la introducción del primer libro de la serie, explican los autores qué es el gólem y por qué lo han escogido:

«Parece que la ciencia es buena o mala del todo. Para algunos, la ciencia un caballero cruzado a quien acosan místicos de pocas luces mientras otras figuras, más siniestras, esperan para fundar un nuevo fascismo tras la victoria de la ignorancia. Para otros, la ciencia es el enemigo; nuestro dulce planeta, nuestros sentimiento de lo justo, lo poético o lo bello están siendo atacados por una burocracia tecnológica controlada por capitalistas a quienes no preocupa otra cosa que el beneficio.»

Y continua:

«Estás dos ideas de la ciencia son erróneas y peligrosas. La personalidad de la ciencia no es ni la del noble caballero ni la de un ogro despiadado ¿Qué es, pues, la ciencia? La ciencia es un gólem»

El gólem es una criatura de la mitología judía, un humanoide hecho por el hombre, de arcilla y agua, con ensalmos y conjuros. Es poderoso. Cada día lo es un poco más. Obedecerá órdenes, hará tu trabajo y te protegerá del enemigo siempre amenazante. Pero es torpe y peligroso. Si no se le controla, el gólem puede matar a sus dueños con su aplastante vigor.

El propósito de los autores es mostrar que la ciencia es como un gólem, un monstruo necio, pero salvando al monstruo, es decir, dejando claro que los errores del gólem son nuestros errores.

Mientras describen controversias científicas históricas (como la que rodeó la posibilidad de la transferencia química de la memoria en los años 60, la debilidad empírica de los experimentos que validaron la teoría de la relatividad, la historia de la fusión fría o la polémica sobre los orígenes de la vida entre Pasteur y Pouchet) los autores señalan las estrategias no científicas utilizadas por los investigadores para defender experimentos que confirmaban sus hipótesis o refutaban las de los demás, es decir, «para llevarse el gato al agua».

La relativa replicabilidad

Por ejemplo, cuanto mayor es el número de variables que se consideran en el experimento (es hilarante el episodio que describe cómo se demostró la transferencia química de la memoria entre gusanos), más fácil es acusar a los que fracasan al intentar replicarlo de fallos en el proceso, es decir, «más cuesta decidir si un experimento reproduce de verdad las condiciones de otro».

Por eso, el criterio de replicabilidad para rechazar una hipótesis es siempre atacable por los que la aceptaron cuando obtuvieron sus resultados positivos en el experimento original: el experimento, se defenderán, no ha sido replicado por falta de habilidad, mala técnica, cambios en las condiciones, etc… En el caso de los gusanos fue algo así como «es que no entendeis a los gusanos».  

El caso de la transferencia química de la memoria entre gusanos también ilustra cómo el número de experimentos reproducidos no basta para persuadir a la comunidad científica de un hallazgo heterodoxo: bastó un experimento negativo realizado por científicos influyentes para rechazar la hipótesis apoyada por un número mayor de experimentos que la confirmaban.

https://www.nature.com/articles/238198a0

Concluyen Collins y Pinch que, a pesar del generalizado rechazo existente en la actualidad a la teoría de la transferencia química de la memoria (la polémica ocupó portadas del Nature hasta 1972), no existe una refutación publicada que descanse en pruebas técnicas decisivas. Durante la controversia se encontraron explicaciones para descartar cada resultado negativo pero no para explicar los resultados positivos:

«Ya no creemos en la transferencia de la memoria pero si no lo hacemos es solo porque nos hemos cansado de ella, porque han surgido problemas más interesantes y porque los experimentadores principales perdieron credibilidad. La transferencia de la memoria no fue nunca perfectamente refutada; dejó simplemente de ocupar la imaginación científica. La mirada del gólem se volvió a otra parte» 

La ciencia es progresista en sus fundamentos metodológicos y valores pero muy conservadora en sus prácticas reales. Una vez que una idea está asentada en la comunidad científica es muy difícil cambiarla a pesar de la existencia de datos experimentales que la contradigan.

Por eso la industria farmacéutica dedica hoy en día tanto esfuerzo a la construcción de consensos a través de expertos, protocolos, Guías de Práctica Clínica, etc: casi asegura su impugnabilidad por muchos datos contradictorios con esos consensos que aparezcan   

La relatividad de la anomalía

En el capítulo dedicado a los experimentos no concluyentes que se dieron como suficientes para aceptar la teoría de la relatividad, abordan los autores cómo se interpreta el concepto de anomalía en ciencia:

«La noción de anomalía se usa en ciencia de dos maneras. Sirve para describir un inconveniente («lo ignoraremos; no es más que una anomalía) y para referirse a un problema serio («en la teoría vigente hay anomalías inquietantes»)»

Es decir, si el nuevo hallazgo contradice una teoría firmemente asentada entre la comunidad científica, la anomalía es un mero inconveniente que «tendrá una explicación». Cuándo ese mismo hallazgo impugna una teoría que, por otros motivos no estrictamente científicos, está derrumbándose, entonces ese hallazgos «es un serio problema».

Así, cuando unos investigadores ignoran unas discrepancias experimentales, esa decisión, siempre tomada por razones no estrictamente científicas, será utilizada como evidencia científica para seguir ignorando esas u otras discrepancias por otros investigadores. Este proceso de autocensura crea finalmente un consenso científico que arrincona a la pequeña minoría de discrepantes. 

«Compárese este procedimiento de consenso cuasi político con la noción idealizada del método científico», dicen los autores, que continuan:

«No tenemos ninguna razón para pensar que la relatividad no es sino verdad -y una verdad muy hermosa, deliciosa y sorprendente- solo que, si esa verdad llegó a ser, fue como resultado de decisiones sobre cómo refrendar nuestras observaciones; fue una verdad nacida del acuerdo en estar de acuerdo acerca de cosas nuevas. No fue una verdad que nos fuese impuesta por la lógica inexorable de una serie de experimentos cruciales» 

Y concluyen comparando la ciencia con la historia:

«En la historia, como en la ciencia, los hechos no hablan por sí mismos, al menos no con exactitud»

Ninguna proposición científica es incontrovertible, eso dice la metodología científica, pero lo cierto es que cuando una proposición alcanza el estatus de verdad aceptada por la comunidad científica, el «amplio consenso», es muy difícil de contradecir. Para que eso ocurra habremos de cambiar la interpretación que hacemos de la anomalía y que pase de una «inconveniencia que tendrá explicación» a un «serio problema». Ese paso cualitativo no depende nunca de los hechos sino de otros aspectos no científicos.

Por eso las «verdades» que dominan la medicina contemporánea son tan difíciles de desmontar: los consensos científicos son cada vez más dependientes del contexto económico y político que refuerzan con su apoyo a los líderes, expertos e instituciones que se alinean; pero tienden a centrifugar a los «rebeldes» (como hemos visto en el caso de Peter Gotzsche). 

La controversia alrededor de la vacuna del papiloma es un ejemplo perfecto de lo difícil que es derrumbar un consenso científico cuidadosamente construido por las partes que más se benefician de dicho consenso: la industria farmacéutica. La expulsión de Peter C. Gøtzsche es una decisión política que pretende cerrar algunas grietas que comenzaban a abrirse en el consenso. Por eso es una decisión grave en términos de credibilidad de la ciencia. Alejado Gøtzsche de la institución que apuntala hoy en día los consensos, la Cochrane, éstos serán más fáciles de conseguir y defender.  

El círculo vicioso del experimentador

Collins lleva más de 40 años siguiendo el proceso científico detrás de las ondas gravitacionales y ha publicado un libro de referencia en 2017. En 1993, fecha de publicación del libro que estamos comentando, «El gólem: lo que todos deberíamos saber acerca de la ciencia», ya dedicó un capítulo a las ondas que Joseph Weber detectó en 1969, por cierto, con nula credibilidad. 

Este capítulo de la historia de la ciencia, le sirve para explicarnos en qué consiste el «círculo vicioso del experimentador»:

«El trabajo experimental sólo puede servir de contrastación si de alguna manera se rompe el círculo vicioso del experimentador. En la mayor parte de la actividad científica el círculo no se rompe porque se conoce de antemano el intervalo apropiado de resultados, otorgando un criterio universalmente aceptado de calidad experimental. Donde no se dispone de un criterio tan claro, sólo se puede evitar el círculo vicioso del experimentador si se haya algún otro medio de definir la calidad del experimento; y el criterio tiene que ser independiente del resultado del experimento propiamente dicho»

Es decir, en investigaciones novedosas contradictorias, como nadie sabe cuál es el resultado correcto, no es fácil discernir quién ha hecho un buen experimento. El resultado que se acepte dependerá de aspectos científicos pero también sociales.

Weber, quien dijo haber detectado las ondas gravitacionales, no contó en su momento con ese apoyo: aunque nadie pudo reproducir sus hallazgos tampoco nadie pudo descartar que fueran ciertos, pero la comunidad científica finalmente «clausuró» el debate a mediados de los 70: los grandes flujos de ondas de gravedad no existen y solo los científicos incompetentes piensan que los ven.

https://ebm.bmj.com/content/23/2/46

La Cochrane, por ejemplo, se encuentra en la actualidad en una especie de círculo vicioso del experimentador: los criterios de calidad de sus trabajos científicos aceptan como válido la revisión solo de los trabajos publicados. Se trata, como dicen Jefferson y Jorgensen, de cambiar qué significa la E de «evidencia» y esa decisión, no aceptar como válidos meta-análisis que no hayan tenido acceso a los datos crudos de todos los experimentos, hayan sido éstos publicados o no, es fundamentalmente política.  

Recientemente, en octubre de 2017, se publicó en todo el mundo el resultado de un experimento que validaba a Weber:

«Por primera vez desde que Einstein predijo su existencia hace más de un siglo se han captado casi al mismo tiempo las ondas gravitacionales y el estallido de luz producidos por la fusión de dos estrellas de neutrones, las más pequeñas y densas del universo.»

¿Qué es ser anticientífico si la ciencia es relativa?

Collins y Pinch concluyen que «no hay una lógica del descubrimiento científico. O, más bien, que si la hay, no es sino la de la vida cotidiana. No es posible separar la ciencia de la sociedad»

Cuando algo sale mal en ciencia, recuerdan los autores, se tiende a sacrificar a los responsables del error humano:

«pero el error humano está en el corazón mismo de la ciencia, porque ese corazón está hecho de actividad humana. Cuando las cosas salen mal, no es por culpa del error humano que podría haberse evitado, sino porque siempre habrá cosas que salgan mal en cualquier actividad humana. No se les puede pedir a los científicos y a los técnicos que dejen de ser humanos»

Las desmedidas pretensiones de autoridad de científicos y tecnólogos son «ofensivas e injustificadas» y, advierten los autores:

«La reacción probable nacida de las promesas incumplidas podría precipitar un movimiento anticientífico todavía peor. Los científicos deberían prometer menos; podrían entonces cumplir mejor sus promesas» 

¿Qué quieren decir con que las promesas incumplidas pueden provocar una reacción anticientífica?

La reacción anticientífica tendría tres interpretaciones:

(1) Intentar la perfección en ciencia y rechazar todo aquello que no lo sea, es anticientífico.

Collins y Printch no pretenden cambiar la manera de funcionar de los científicos:

«La visión social de la ciencia carece de utilidad para los científicos.. porque destruiría una ciencia incapaz de estar a la altura de un ideal»

Es decir, la ciencia funciona como funciona y no sirve de nada intentar que lo haga de manera distinta porque ello implicaría que nada sirviera mientras no se cumpliera un imposible ideal.

(2) Dudar de todo porque la ciencia no es perfecta es anticientífico. 

Como las cosas son como son, es estúpido atacar la ciencia solo porque se desentrañen y revelen prácticas científicas que no caen dentro del canon de pureza científica. 

Es obvio que los científicos no son capaces de zanjar sus controversias y desacuerdos mediante mejores experimentos, más conocimientos, teorías más avanzadas o un pensamiento más claro. Es decir, que los procesos de avance científico están lejos de ser una cuestión meramente de hechos experimentales. Pero estos argumentos no pueden servir para alimentar un movimiento anticientífico.

(3) Defender la pureza de la ciencia para atacar a los que critican algunos de sus hallazgos, es anticientífico.

Como la ciencia es como es, defender los hallazgos de la ciencia como verdaderos en nombre de su pureza metodológica y valores es también anticientífico:

«Esos defensores de una supuesta pureza pueden convertirse en un tipo diferente de gólem que podría destruir a la ciencia misma»

Reconstruyendo la relación entre ciencia y sociedad

¿Cómo puede evaluar entonces la sociedad evaluar la actividad de los científicos y el valor de la propia ciencia?

¿Con qué criterios podemos establecer una relación ciencia-sociedad capaz de asumir toda esta incertidumbre?

Fundamentalmente asumiendo que:

(1) No es posible separar ciencia y sociedad:

La ciencia es una actividad humana que funciona según un ideal metodológico y procedimental que es imprescindible para acercarse a la verdad pero nunca suficiente ya que esa verdad tentativa finalmente es aceptada gracias a aspectos no científicos, es decir, políticos, culturales, económicos, etc.. 

(2) Los científicos no son ni dioses ni charlatanes; solo expertos:

«Tienen, por supuesto, su área de experiencia personal pero sus conocimientos no son más inmaculados que el de los fontaneros.. Los fontaneros no son perfectos, ni mucho menos, pero a la sociedad no la asedian los anti-fontaneros porque no tenemos la opción de la anti-fontanería» 

No existe la opción de la anticiencia

(3) La ciencia funciona, en realidad, produciendo acuerdos entre los expertos.

Dar legitimidad científica a cualquier científico, independientemente de los sistemas de validación de la calidad que existen en ciencia, es tan malo como permitir que las opiniones de un grupo de científicos se conviertan en hegemónicas y, a través de procedimientos políticos o económicos, es decir, de poder, impidan que se puedan oír voces discrepantes. 

Volvemos a recordar el terrible daño que la expulsión de Peter C. Gøtzsche ha supuesto para la ciencia entendida con toda su complejidad política. La portada de su nuevo libro es suficientemente explicativa

(4) La mejor ciencia nunca produce experimentos que permitan tomar decisiones públicas tajantes.

Usar la ciencia para defender decisiones políticas en anticientífico.

La frase final es para enmarcar:

«Todos los científicos que hemos mencionado en este libro tenían limpias batas y el título de doctor ante sus nombres. A todos ellos les salieron resultados abrumadoramente divergentes. Hay teóricos cerniéndose por todas partes que explican e intentan reconciliar. Al final, sin embargo, es la comunidad científica la que pone orden en este caos y transmuta las torpes bufonadas de la ciencia colectiva del gólem en un mito científico claro y ordenado. Nada malo hay en ello; el único pecado en no saber que siempre fue así»

A pesar de lo que parece, Collins no es un relativista. Y eso tiene mucho mérito conociendo como conoce los entresijos de los descubrimientos científicos. Su trabajo vital, desde ese conocimiento detalladísimo de cómo funciona realmente la ciencia, es una defensa profundísima de la misma. En su último libro, nos señala caminos para que la ciencia siga siendo una de las herramientas fundamentales de la democracia y resista los ataques tanto de los anticientíficos como de los cientificistas. Será para la próxima entrada.

Abel Novoa es médico de familia y presidente de NoGracias