En 1907, en pleno apogeo de la medicina higienista, el comisario de salud de Pensilvania, el bacteriólogo Samuel G. Dixon, pronuncia un discurso en el 58º congreso de la American Medical Association. Su título: “la fundación de la Medicina Estatal”.

El científico dedica parte de su vida a estudiar el bacilo de la tuberculosis, la forma de diagnosticar su infección y de combatir sus efectos, y en cierta manera sus estudios anteceden a los del premiado con el Nobel en 1905 Robert Koch. Pero la otra parte la emplea en dar forma a un sueño que parece hecho a su medida. Durante sus años al frente del departamento de salud de su estado, fue poniendo en práctica las recetas que pretendía extender al resto de su nación y que aquel día de Junio expuso a sus colegas en Atlantic City.

Samuel sueña con una medicina totalitaria que supervisaría, a través de un complejo sistema burocrático de oficinas estatales, todos los aspectos de la vida, desde la cuna hasta la tumba, pasando por el matrimonio, el diseño de ciudades y casas, las vías de transporte, el procesamiento de alimentos y la depuración de las aguas. Una medicina basada en el registro y la estadística, apuntalada por la ley, que supone el centro de la configuración del estado. Todas las políticas y leyes que han de regir al hombre y a la vida, al servicio de la salud. Y la salud, al servicio del estado. En esta organización, la élite médica corona los lugares más destacados en la jerarquía de la nación, maneja presupuestos desconocidos hasta la fecha y adquiere plenos poderes para modelar la legislación y ponerla así al servicio de dichos fines higienistas.

Control medicalizador estatal sobre todas las relaciones de la vida

Para dar suficiente énfasis a su anhelo visionario, utiliza argumentos triunfalistas cargados de paternalismo. «No es exagerado decir que la felicidad de nuestro pueblo depende de la Medicina Estatal, y el éxito de nuestra nación. Las industrias variadas de las que dependemos para nuestro bienestar, la riqueza que nos permite disfrutar de ella, y las artes de la civilización que adornan y diversifican nuestras vidas, no son más que el fruto del árbol cuya raíz es la salud».

«La gran mayoría de la humanidad no son suficientemente sabios para voluntariamente someterse a los requisitos de las leyes sanitarias en aras de preservar su propia salud y la de sus seres queridos, o lo suficientemente justos para estar dispuestos a practicar la abnegación y reprimir los deseos de la avaricia de salvar a otros de la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Pero la ley que debe prevalecer. Y estas leyes deben llegar a todas las relaciones de la vida.»

A su muerte, la revista de la American Clinical and Climatological Association le dedica una encendida loa. No en vano Samuel era un ejemplar patriota, entregado a la causa preventivista y cuyas ideas sentaron las bases de la idea del estado benefactor de la salud que cuarenta años más tarde propagaría la Organización Mundial de la Salud por todos los rincones del planeta.

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– Samuel G. Dixon. Law, the Foundation of State Medicine. JAMA. 1907;XLVIII(23):1926-32.

– Samuel G. Dixon. Protecting Public Health in Pennsylvania. Annals of the American Academy of Political and Social Science. 1911;37(2):95-102.

Memoir of Samuel G. Dixon. Transactions of the American Clinical and Climatological Association. 1918; 34: xxiv–xxvii.

The Progress of Science. The Scientific Monthly. 1904;6(4):379-80.

– Samuel Gibson Dixon (1851-1918). The Academy of Natural Sciences of Drexel University. Disponible en http://www.ansp.org/research/systematics-evolution/history/ornithology/samuel-gibson-dixon/

– Stephen Petrina. Medical Liberty: Drugless Healers Confront Allopathic Doctors, 1910–1931. Journal of Medical Humanities. 2008;29(4):205-30.

– Henry S. Strong. The Machinations of the American Medical Association: An Exposure and a Warning.