Mientras un cualificado representante de la industria afirmaba que “los escritores fantasmas no reflejan las prácticas actuales de la industria porque se han establecido controles rigurosos”, algunos investigadores como Adriane Fugh-Berman (PharmedOut) o Leemon McHenry, consideran que las prácticas de ghostwriting persisten con formas más inteligentes para encubrir sus actividades y hacer su influencia invisible, por lo que es posible que se repitan hoy casos como la campaña de Wyeth, que pagó escritores fantasmas en decenas de artículos sobre la THS entre 1998 y 2005, o los documentos descubiertos en 2009 que probaban que Glaxo pagó escritores fantasmas en la promoción del antidepresivo Paxil.

Cierto es que la mayoría de las principales revistas han tomado medidas y hay una directiva al respecto de la International Society for Medical Publication Professionals, revisada en diciembre de 2009, para hacer menos probable el ghostwriting, pero los estándares no son o no se aplican con rigor.

Para McHenry, la práctica continúa y es probablemente mucho más amplia; “pero no hay buenas cifras sobre la prevalencia de ghostwriting y no las habrá nunca», las empresas utilizan el secreto comercial y las únicas informaciones fiables son los casos judiciales, pero incluso estos son limitados porque desaparecen dentro de los acuerdos legales». McHenry estima que “por cada medicamento que llega al mercado se publican en su apoyo de 100 a 300 artículos, reseñas o cartas, y al menos la mitad suelen ser de escritores fantasma»

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